jueves, 12 de marzo de 2015

LA SALA, así en mayúsculas

   Ya ves, no hace ni tres meses que empezamos el 2015, sin embargo, me atrevo a afirmar que he dado con el descubrimiento del año. Mutatis mutandi, me siento como el protagonista del art. 614 CC, hasta se me queda corto lo del tesoro oculto, fíjate.

   Quizás sabéis que en el día a día me encierro en el opozulo y ya se pare el mundo, yo ni me entero. Cierto y verdad que conocía la existencia de homos opositoris que frecuentaban bibliotecas y salas de estudio, pero cuestiones prácticas* unidas a mi vena ermitaña (potenciada por mis calentitos-gustosos harapos opositoriles y mis siempre presentes infusiones) hacían que ni me plantease salir de lo que se había convertido en mi hábitat. *Aclaro que esas cuestiones prácticas pasan principalmente por el factor calidad-cercanía de bibliotecas; no penséis en necesidades fisiológicas y en el cariño hacia el excusado hogareño (...porque llevarías también razón; una, que es especialita).

   Con estas premisas me planteó el otro día una amiga (también opositora por cierto) que probase una sala de estudio que había descubierto. No sólo por las razones anteriores no me motivó la idea sino también porque no me sonaba nada que en esa zona hubiera un sitio para estudiar que mereciera la pena, debía ser una pseodo-biblioteca infantil, que ya me veía yo en las sillitas esas de los críos. No, OV, ¡para nada! Finalmente (tras infructuosos días de estudio), me planté y dije "¡esto del procastinar, se va a acabar!". Mi filosofía fue: por muchos niños que haya dando brincos a mi alrededor, quieras que no, algo más te tiene que cundir (no me vengáis vosotros también con regañinas que bastante la tabarra me da ya mi querido cerebrito).

   Como digo, me decidí a probar sin mucho entusiasmo. Llegué a las 9 y poco y cuál fue mi sorpresa al ver que había una preciosa... ¡qué digo preciosa! IDÍLICA sala de estudio SÓLO PARA MÍ. Sí amigxs, estaba vacía, gracias a lo cual pude recorrerla de arriba a abajo, maravillándome con todas sus ventajas. Entre ellas, y para no cansar, sólo mencionaré las grandes cristaleras, las plantas, tardar 5 minutos y 11 segundos en llegar desde casa (soy tan friki que lo he cronometrado), las cómodas sillas, que se estudia perfectamente con luz natural hasta las 6 de la tarde, las grandes y anchas mesas de madera, que todas las mañanas escamondan hasta el último rincón (el baño huele a lejía... ¡eso vale oro, hombre!).

   Contras*, tan extasiada estaba con mi sala de estudio nueva que al final no estudié un pimiento jaja (la primera media hora, ¿vale?, dádme un respiro). *Contras: eufemismo.

(He estado tentada de poner una foto de la sala de estudio original, pero mi esquizofrénica obsesión lógica preocupación por el anonimato me lo ha impedido. Porque, además, también merodean otros opositores, de hecho, me cataron rápido (qué más quisiera la prueba del algodón ser tan infalible como la del crono).
   Para que después no digáis que soy una flipada de la vida (que lo podéis decir alegremente porque es verdad) reconozco que tiene alguna que otra desventajilla. No me gusta incidir en lo negativo, pero como son tres chorradas os las cuento para hacer honor a la verdad:

  • Los horarios, podrían mejorarse.
  • Las pandillitas de las tardes. Porque no tienen bastante por la mañana, les gusta pasear la mochila también por las tardes y de paso molestar al personal mientras se hacen ojitos.
  • La bibliotecaria la pobre es muy siesa. Ella siempre dice "hola" (educadísima que es la muchacha) pero si fuera sorda juraría que en realidad dice "lárgate hija de la grandísima madre que te crió y que los carperis te lleven para siempre". Estoy buscando una estrategia al respecto: A) hacer igual y ver quién gana a los rayos X; B) sonreír y saludar con tanto entusiasmo que eso sí que va a dar miedo; o C) acercarme sutilmente y decirle que la acompaño en el sentimiento, que las hemorroides son muy puñeteras. Estoy abierta a sugerencias.


Un abrazo compañerxs.



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